Las radiaciones ionizantes son partículas de gran energía, capaces de alterar y dañar moléculas.
La exposición a la radiactividad se produce cuando existe una liberación de material radiactivo a la atmósfera, como de una central nuclear, una bomba atómica y aparatos de rayos X. También se puede producir debido a fuentes naturales de radiación (como la tierra, agua o aire).
Todos aquellos trabajadores que corran el riesgo de recibir dosis superiores a un décimo de cualquiera de los límites anuales de radiación establecidos, se les considera personal expuesto. Dentro de ellos, están los trabajadores de la salud que laboran en ciertas áreas como radiodiagnóstico, radioterapia, fabricación de equipos médicos destinados para radioterapia, o que laboren en las industrias que utilicen rayos X y sustancias radiactivas.
En cuanto a los daños causados por la radiación, estos se pueden presentar tanto en los órganos y los tejidos, como en el material genético de las células. Además, es posible que se den daños en el sistema nervioso central, las células sanguíneas y el sistema inmunológico.
Cabe mencionar que estos daños pueden ser agudos, como quemaduras y pérdida de cabello; pero también pueden ser daños crónicos o a largo plazo, como cáncer y malformaciones congénitas. Esto debido a que las radiaciones ionizantes provocan cambios en el ADN, que contiene la información genética del organismo, lo que provoca mutaciones que pueden tener efectos en las generaciones posteriores.
Como medidas de prevención, es muy importante supervisar que las dosis recibidas por los trabajadores expuestos se mantengan por debajo de los límites de dosis establecidos. Además, se debe realizar una clasificación radiológica de todos los trabajadores que serán objeto de un riesgo radiológico de acuerdo a la actividad que desarrollan. Finalmente, es importante realizar una clasificación de los lugares de trabajo, de acuerdo a los niveles de radiación.